Norma Porras, la combatiente que se negó a rendirse

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Norma Porras, la combatiente que se negó a rendirse
Autor/Fuente
Diario Granma. Jorge Fuentes
Fecha de publicación
Miércoles, Octubre 13, 2021 - 10:00

En la noche de este 11 de octubre falleció la combatiente revolucionaria Norma Porras Reyes, legendaria luchadora que hizo historia en la capital en el enfrentamiento a las huestes policiacas de la tiranía batistiana. 

Había nacido en Regla, La Habana, el 10 de octubre de 1938. Muy joven se incorporó a la lucha revolucionaria e integró los grupos de acción del Movimiento 26 de Julio, junto a su compañero en la lucha y en la vida Ángel «Machaco» Ameijeiras. Participó activamente en diversas acciones, sufriendo prisión en dos ocasiones.

En estado de gestación, fue protagonista y la única sobreviviente de  uno de los más fieros y desiguales enfrentamientos de la lucha clandestina, en Goicuría y O´Farril, en la Víbora, donde cuatro revolucionarios resistieron hasta el final contra fuerzas muy superiores de la tiranía. Allí fue gravemente herida y apresada. Guardó prisión hasta el 1ro. de enero de 1959.

Después del triunfo de la Revolución ocupó diferentes responsabilidades políticas, económicas y sociales. Se graduó de Ingeniera Agrónoma Pecuaria y Licenciada en Sociología.

Por sus méritos revolucionarios y laborales recibió numerosas condecoraciones y reconocimientos. Fue militante del Partido Comunista de Cuba.

Por voluntad propia su cadáver fue cremado y sus cenizas serán depositadas en el Panteón de los Veteranos de la Necrópolis de Colón.

A MACHAQUITO Y OSIRIS, SUS HIJOS

A MACHAQUITO Y OSIRIS, SUS HIJOS

Acabo de recibir la noticia de la muerte de Norma y de inmediato me inundó la tristeza y el desasosiego. La conocí al triunfar la revolución, en uno de los meses de 1959. Trabajaba en la JUCEI, Junta Central de Ejecución e Inspección, en La Habana y Miguelito Rodríguez, compañero suyo del 26 de julio y presidente del MER, Movimiento Estudiantil Revolucionario, que luego ganara las elecciones de la Asociación de Estudiantes del Instituto de La Habana, me llevó a conocerla. Todo el tiempo que ellos hablaron me detuve a observar a aquella leyenda que ahora estaba a una mano de mi, a la misma distancia en que trato de recordarla, casi todavía convaleciente de las heridas del combate, en que junto a Machaco, Pedrito y Rojito, hizo temblar a la policía de La Habana durante un día entero, en la histórica esquina de Goicuria y O Farrill y del que solo ella sobrevivió. Luego la encontré en varios lugares y actos de la época, fui dejando los 13 años y convirtiéndome en un flaco alto con cara de niño que, como el resto de mi generación, quería haber estado al lado de Norma y Machaco y empezamos a buscar nuestro propio espacio en las milicias, la AJR y tantas otras organizaciones que nos llevaron de la nada política a la efervescencia de la acción revolucionaria. Un día comencé a trabajar en el Buró de la UJC de Marianao, en el Seccional Libertad y me encontré con que Norma era la responsable ideológica del Partido. Me recibió con un abrazo en el portal de 100 y 51. En aquellos tiempos se trabajaba mucho y se comía poco. Por lo general nunca almorzábamos. Yo estaba entrenado, porque así había sido desde el triunfo, cargábamos con la revista Mella y los paquetes de propaganda en la guagua, con unos pocos centavos que solo alcanzaban para alguna chuchería, sin saber cuando íbamos a comer (de verdad). Pero había que superar el problema que significaba vender esa revista. En una ocasión al gordo Placeres, hermano mío, y a mí, una mujer a quien se la propusimos nos escupió diciéndonos: comunistas de mierda. Fue en el portal de El Encanto, la tienda de Galiano que luego quemaron y que hoy es el parque Fe Del Valle, en honor a una de sus trabajadoras, muerta allí ese día tratando de salvar su centro de trabajo. A pesar de tener ese entrenamiento de trabajar sin comer, me las veía mal en Marianao. Por las noches un fritero que tenía su puesto en el cine Record, nos fiaba y comíamos un pan con algo. Norma supo de todo eso y organizó, impulsada por su característica principal que era la persistencia, poco a poco, pero con toda rapidez, un comedor en la calle 38 y 44. Todos los compañeros de las organizaciones tenían que ir a almorzar y firmar una libreta que habilitó cuando algunos comenzaron a faltar. Entonces comer se convirtió en un deber. Organizó una reunión semanal donde los ausentes tenían que explicar su ausencia y como la conocíamos, tratábamos de evitar una discusión con ella. Recuerdo un día que me llamó a una reunión que yo consideraba muy importante y me dijo: van a cerrar el comedor, pero yo te voy a esperar aquí. Dile a los compañeros que vas volver dentro de una hora. No tengo que explicar que llegué allí, como se dice, en dos patadas.

Esa es la mujer que ahora acaba de morir, la compañera. Ha sucumbido al virus, ella, la veterana, perseguida, tocada, maltratada tantas veces por la muerte. Han pasado 62 años, pero sigo observando, en la oficina de la JUCEI, a la muchacha de la blusa de maternidad y el revólver en la cartera. Para siempre

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