El deber internacionalista y la defensa de la Revolución
Nunca antes la humanidad estuvo más cerca del holocausto nuclear que en las semanas de octubre y de noviembre de 1962, cuando la llamada Crisis del Caribe sacó a la palestra pública la competencia estratégica entre las dos principales potencias de entonces: Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética.
Como blanco de la disputa, la indiscutible decisión cubana de poner coto a la política agresiva fomentada por el vecino poderoso que, a menos de 140 kilómetros de su territorio, alentaba desde los primeros días de Enero de 1959, la ejecución de acciones terroristas para derrocar a la Revolución.
No les bastó con la fulminante y vergonzosa derrota militar en abril de 1961.Continuaron la hostilidad contra la isla : bloqueo, intensas campañas propagandísticas, infiltraciones, sabotajes contra objetivos civiles civil y militares, asesinatos de milicianos, campesinos, obreros, alfabetizadores..
Urdieron otros planes como la operación Mangosta, promotora del bandidismo y de los grupos diversionistas contrarrevolucionarios, anticipo de operativos mayores, entre ellos la invasión directa y la ocupación del país por las fuerzas armadas norteamericanas.
Las autoridades cubanas lo sabían y, como era de esperar, organizaban aceleradamente las estructuras estatales y políticas del país. No contaban con el armamento, la calificación de cuadros ni la experiencia combativa para enfrentar una probable arremetida de la superpotencia vecina, aunque sobraba voluntad y disposición popular para defender la Revolución y sus ya innegables conquistas.
La más alta dirección política y estatal de la URSS, representada por el primer ministro Nikita Sergueivich Kruschov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, había tenido conocimiento de que Estados Unidos preparaba el zarpazo directo contra Cuba, e incluso pidió a sus jefes militares cálculo del tiempo que sería necesario para que el imperio se apoderase de la isla.
“¿Cómo reaccionaría Castro si el gobierno soviético le propusiera instalar cohetes nucleares?”, preguntaba Jruschov inesperadamente durante una reunión en su despacho del Kremlin, a principios de mayo de 1962.En la cita participaban dirigentes políticos y jefes militares, y como invitado Aleksandr Alexeev, entonces consejero de la embajada de la URSS en La Habana. Se sabía que éste mantenía vínculos con la dirección de la isla.
“ Es poco probable que lo acepte “, exponía Alexeev y argumentaba:“Los cubanos han estructurado una estrategia basada en la disposición combativa del pueblo y la solidaridad de la opinión pública mundial, sobre todo de América Latina”.
Fue en ese momento que el Premier soviético exteriorizaría sus ideas sobre la situación cubana, según relataba años después Alexeev, quien días sería nombrado embajador de la URSS en Cuba, el primero luego de la Revolución triunfante.
“Estoy absolutamente seguro que en venganza por la derrota de Playa Girón los norteamericanos van a emprender una invasión contra Cuba ya no con mercenarios, sino con sus propias fuerzas armadas y tenemos informaciones fidedignas al respecto”, apuntan que dijo Jruschov.
Pese a los vínculos y el soporte solidario que daba el país de los soviets a la Revolución, aquella trascendental información no se la había hecho conocer a los dirigentes cubanos.El plan de invasión no fue revelado a los responsables del país que sería la víctima.
LA CORRELACIÓN DE FUERZAS
Según se supo muchos años después, la propuesta soviética de establecer los cohetes llamados estratégicos en Cuba respondía, en primer lugar, a contrarrestar la amenaza que significaba para la seguridad de la URSS la instalación de bases coheteriles norteamericanas Júpiter en Turquía e Italia, cuyos proyectiles podían trasponer las fronteras a solo unos minutos de su lanzamiento
El balance de fuerzas estratégicas entre Estados Unidos y la URSS, era favorable al primero 17 á 1 en ojivas nucleares y medios portadores (5000-300) y de 10 á 1 en aviones y cohetes de alcance intercontinental, intermedio y medio (1300 bombarderos el primero y 155 el segundo).
Poseía el Pentágono en ese momento 377 cohetes estratégicos en tierra y mar, mientras estaban en construcción avanzada otros mil del tipo Minuteman. La URSS solo contaba a comienzos de 1962 con 44 cohetes intercontinentales, 373 de alcance medio y 17 de alcance intermedio.
El equilibrio estratégico en medios intercontinentales entre EE.UU. y la URSS era de un coeficiente de 4 á 1 a favor del primero, datos verificados por reconocimiento de satélites norteamericanos que cubrían y fotografiaban todo el mundo, y particularmente el territorio soviético, en apenas 90 minutos.
Estos datos corroboran, según investigadores del tema, que uno de los objetivos soviéticos, no explícito a la dirección cubana, al dislocar 60 cohetes de alcance medio e intermedio en Cuba, era mejorar el balance estratégico respecto a Estados Unidos.
Los líderes de la Revolución lo entendieron como un elemental deber internacionalista para defender el socialismo, a pesar de los riesgos que el traslado de los cohetes y personal militar soviético a la isla podría traer para el creciente prestigio de Cuba en el Tercer Mundo, que pocos meses antes había participado en la fundación del Movimiento de Países No Alineado.
La idea comenzaría a materializarse con la información y el consentimiento de la parte cubana. El 29 de mayo de 1962 llegaba al aeropuerto internacional de La Habana un grupo de 18 especialistas soviéticos en hidrotecnia, presidido por Serguei Rashidov, miembro suplente del Presídium del PCUS y su máximo dirigente en la república de Uzbekistán.
Fueron debidamente atendidos por el alto mando cubano, personalmente el Comandante en Jefe de la Revolución y el General de Ejército Raúl Castro, quienes expusieron la propuesta soviética a la dirección nacional de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) y recibieron el consenso aprobatorio dado lo delicado de la iniciativa.